jueves, 18 de agosto de 2011

Capitulo II

II
Una densa niebla provocada por el humo de los cigarrillos envolvía y recortaba las siluetas de la gente que abarrotaba el local.
El pub Garfio era un establecimiento amplio, hortera y horriblemente decorado dentro de la más absoluta modernidad, diseñado personalmente por el dueño, un snobito con ínfulas de paleto-nuevo-rico y grandiosidad. Las camareras no daban abasto para atender a las muchas peticiones de la multitud que se agrupaba allí los sábados a primera hora de la noche. Al extraño grupo que formaban Fred, Tomás y Toni casi nunca les hacían esperar, no les convenía. Los ataques de ira de Tomás cuando le faltaba su líquido vital eran ya conocidos en todos y en cada uno de los bares del pueblo. Casi nunca pedía una cosa más de tres veces. Aunque no le hubieran oído las dos primeras, a la tercera sí que le oían; y, si una vez oído, tardaban algo más de la cuenta en atenderle, empezaba a tirar vasos contra el suelo, ya estuvieran llenos o vacíos, ya tuvieran dueño o no, le importaba tres huevos. Y si eso tampoco funcionaba (que siempre funcionaba), si se trataba de un camarero iba a por él directamente, y si era camarera, la ponía verde hasta hacerla llorar. Pero hoy el personal estaba diligente y la cosa no pasó a mayores. Lo que no sabía la gente es que era Fred el que hostigaba a Tomás para que se comportara así. No es que a él le importara esperar, sino que, quizá que por un cierto afán exhibicionista o de protagonismo, quería que cuando llegaran a algún sitio todo el mundo lo supiera. Aquello lo divertía, ver como los miraban aquellas caras de pueblo. Caras llenas de... ¿envidia?, ¿odio?
Por eso, sentados en un rincón del Garfio, a los tres amigos ya les había dado tiempo de chuparse cinco cervezas cada uno. Esto, sumado a los residuos del día anterior, ya había empezado a trabajarles por dentro, y se les iba subiendo vertiginosamente a la cabeza. Pero todavía faltaban más. Muchas más. El tiempo para ellos era importante, debían estar a "tono" antes de que todo se llenara, para estar más seguros de sí mismos, para controlar más (aunque fuera descontrolando). La falsa seguridad que da el alcohol (¿o es verdadera?), ese sentimiento de que todo gira en torno a ti, de ser el que baila mejor, el que habla mejor, el más guapo...
No obstante Fred tenía otro recurso para reanimar las obtusas neuronas de sus esbirros:
-Mirad lo que he pillado -dijo Fred mientras desplegaba los pliegues de una bolsita por debajo de la barra.
Los otros dos se asomaron.
-¡Hostia, coca! -dijo Tomás casi a gritos.
-¡Sssshhh, cállate, mecagüendios, que se va a enterar todo el mundo, joder! -le recriminó Fred.
-Perdona tío, perdona, -tenía los ojos encendidos- ¿Nos vamos a meter algo ahora?
-No, después -contestó Fred.
-¿Cuándo?...
-¡Después!
*
La medianoche se iba acercando y en el Garfio empezaba a no quedar nadie. Las camareras recogían los vasos apresuradamente y los metían en las bandejas del lavavajillas, mientras nuestro grupo seguía engullendo cervezas sin parar.
-Nos vamos, voy a pedir la cuenta. -dijo Fred sin más, y llamó con un gesto a la camarera- Oye... me dices cuánto es todo -lo dijo muy educadamente, con una sonrisa extraordinariamente encantadora-. Por cierto..., no te había visto nunca por aquí, ¿Eres nueva?
-Bueno, sí, empecé ayer -contestó ella.
-Ya decía yo… Pues seguro que nos vas a ver mucho por aquí; o sea, que mejor será que nos presentemos. ¿Tú cómo te llamas?
-Irene -contestó la chica con cierta turbación.
-Bueno, pues yo me llamo Fred. Me das dos besos, ¿no? -lo dijo estirando medio cuerpo sobre la barra.
-Sí -dijo Irene todavía azorada, tanto por el tono de voz que él estaba utilizando como por aquella imprevista invasión de su espacio.
Él le colocó los dos besos en ambas comisuras de la boca.
-¿Irás luego a la disco? -preguntó Fred.
-Claro.
-¿Nos vemos allí?
-Vale.
Fred salió del local flanqueado por sus compañeros. Mientras, Irene, resplandeciente, corrió a contarles lo ocurrido a sus compañeras.
Cuando salieron a la calle sintieron un poco de frío. Habían estado cuatro horas allí metidos y el cambio de temperatura, junto a la destemplanza provocada por el alcohol, hicieron que tuvieran que abrocharse las cazadoras.
Hacía un marzo extraño.
De repente Fred se quedó parado en seco:
-¡Hostia! -dijo echándose una mano a la cabeza-. ¡Si seré gilipollas!
-¡¿Que?! -preguntó Tomás sobresaltado.
-Que se me ha olvidado pagar. ¡Joder!, me he liao a hablar y...
-No, pues muy distraído no te veía yo... -dijo Toni no sin cierto retintín- Más bien todo lo contrario, te veía cantidad de atento.
-Bueno, bueno… Esperadme aquí, no tardo nada.
-Vale, vale.
Fred echó a correr, llegó enseguida y entró. Allí estaba Irene, acercando los taburetes a la barra.
-Lo siento, pero creo que me he ido sin pagar -parecía un bendito.
-¡Ah, sí..., qué tonta! -a Irene se le subieron los colores- ¿Qué era lo que teníais?
-Yo me he tomado diez cervezas. Por tres… Pues treinta cervezas.
-¡Joder! -dijo asombrada Irene.
-¿Qué pasa? -preguntó Fred con una media sonrisa.
-Nada, nada... que son muchas.
-No son tantas, hemos estado casi cuatro horas.
-¡Ah!... Entonces sí.
Irene no era muy locuaz. Se metió detrás de la barra y sumó las cantidades en la  máquina registradora.
-Pues…45 euros.
Fred sacó del bolsillo trasero del pantalón un fajo de billetes, extrajo de él uno de 50 y se lo entregó a Irene.
-Quédate con lo otro.
-Muchas gracias -dijo Irene con una sonrisa de oreja a oreja.
Irene cobró y volvió a salir a colocar taburetes.
-Bueno, más tarde nos vemos ¿A qué hora sales?
-A la una y... -fue lo único que le dio tiempo a decir antes de encontrarse con la lengua de Fred metida en su boca.
-Lo siento -dijo Fred.
-¿Por qué has hecho eso? –preguntó Irene algo indignada.
-No lo he podido evitar. Es que me gustas mucho –dijo acentuando el mucho-. Nos veremos después en la disco, ¿verdad?
-Vale.
Fred se volvió a acercar. Irene recibió el segundo morreo con una sonrisa, incluso ayudó apretando la cabeza del chico contra la suya.
Fred salió del local.
Irene se quedó en el sitio con expresión satisfecha.
Fred apareció en la calle con una sonrisilla de triunfo, expresión que no pasó desapercibida para sus amigos:
-¿Por que sales con esa cara de "alelao"? -preguntó Toni.
-¿Cómo estarías tú si te hubieses morreado con una tía buenísima? -contestó Fred.
-¿Cuándo? ¿Con quién? -Toni estaba impaciente, necesitaba saber más- ¿Cómo?... ¡¿Con la camarera?!
Fred asintió.
-¡No jodas! ¡Menudo cabrón! ¿Y cómo te lo has hecho? Si casi no has tenido tiempo.
-Tiempo, tiempo...
-Sí, tiempo… A las tías hay que ligárselas. Por lo menos un rato. Hay que decirles algo, hay que..., ¡coño, conquistarlas! –dijo como si le hubiera costado encontrar la palabra.
-¿Todavía piensas así? -cortó Fred -. Estás muy atrasado. Si les gustas físicamente ya tienes casi todo hecho. Lo único que puedes hacer si les hablas mucho es cagarla, como la del chiste.
-Si, pero eso tú... Aquí,  el Tomás y yo, si no les hablamos, no nos comemos una rosca
-Vosotros, si no fuera por las putas que os pago, ni hablando ni sin hablar.
Siguieron caminando.
Una luz de color de rosa, producida por unos tubos de neón instalados encima de la amplia puerta del local y que formaban la leyenda "DISCOTECA SPIRIT", les dio la bienvenida. El frío de la noche había desalojado a la multitud que se agolpaba siempre en la puerta para desintoxicarse del viciado ambiente del interior o simplemente para poder hablar tranquilamente sin dar voces. Hoy no había nadie, temieron una noche floja. Pero el temor desapareció cuando abrieron la pesada puerta de doble hoja que seguía al recibidor y sintieron un fuerte golpe de música y calor húmedo provocado por la mucha gente que bailaba, que hablaba, que reía, bebía, desvariaba... Pasaron como pudieron por el pasillo que conducía a la pista, y, una vez en ella, tomaron posiciones y mandaron a Tomás a por las copas no sin antes encargarle que les hiciera sitio. No tardó mucho éste en ponerse a bailar sacando los brazos y liándose a dar codazos a diestro y siniestro, mientras Fred y Toni reían disfrutando de la situación. Después, fue a por los cubatas y los trajo cubriéndolos con su cuerpo de forma tal que no se derramara ni una sola gota. Les pasó uno a cada uno:
-Cuándo nos bebamos éste, nos pasamos por el servicio, ¿vale? -le gritó Fred a Toni al oído.
-¡De puta madre! -exclamó Toni.
-¿Qué? -preguntó Tomás haciendo un gesto de hombros, aunque ya se imaginaba lo que Fred habría dicho: lo había estado esperando toda la noche.
Fueron terminando y Fred fue el primero que se dirigió hacía los servicios; los otros dos esperaron un poco y al rato lo siguieron.
Los servicios del "SPIRIT" estaban situados en un lateral de la pista de baile. Se entraba por un basto pasillo en el que al final estaban, a la derecha, el servicio de mujeres y, a la izquierda, el de hombres. Pasillo donde las parejas aprovechaban para entregarse a sus excesos desafiando incluso la pestilencia que salía de dentro. Nada más entrar en el servicio de los hombres, había, a mano derecha, una especie de escaparate ahumado con una especie de barandilla que hacía las veces de separador y donde la gente meaba de pie; a la izquierda, había cinco cubículos separados entre sí por finos tabiques, que contaban con taza y puerta con cerrojo, lo que daba bastante seguridad a la peña para poder hacer en ellos sus trapicheos. Cuando llegaron, Toni y Tomás fueron directamente al último cuarto y llamaron a la puerta. Dos toques. Fred les dejó entrar. Una vez dentro, descubrieron que Fred tenía ya preparado una amplia sucesión de rayas blancas perfectamente alineadas que contrastaban con el color rosa de la cisterna donde estaban colocadas:
-Cualquier día nos va a dar algo con la guarrada esta de poner las rayas aquí. -dijo Toni con cara de asco.
-Esnifa y calla -ordenó Fred.
-Pero si es que aquí encima se mearán y todo. ¿No veis como está el suelo? -reiteró.
-¿Qué pasa?... ¿No quieres?
Sí, Toni sí quería. Cogió el tubito de plástico que le pasó Fred y se metió un tiro por cada uno de los agujeros nasales; después, con una especie de espasmo, echó la cabeza hacia atrás profiriendo un extraño sonido  gutural. Tomás hizo lo mismo. En último lugar, Fred cogió el tubito y antes de pegarse el viaje le dio la bolsita a Tomás diciéndole que preparara más.
Al gordo, ese tipo de cosas no había que decírselas dos veces.
Poco después de que Fred hubiera esnifado su parte, Tomás ya tenía preparada la segunda tanda, con rayas más gordas e irregulares que las primeras, pero igualmente apetecibles. No les dieron tiempo a enfriarse, se las metieron enseguida. El subidón les llegó pronto.
*
-¡Uaauuuhhh! -gritó Toni en medio de la pista mientras bailaba con movimientos espasmódicos.
Fred y Tomás se miraron el uno al otro y soltaron una carcajada.
A las dos de la madrugada, en la discoteca no cabía ni un alfiler. En la pista, los bailarines intentaban moverse rítmicamente sin conseguirlo, debido a lo apretados que estaban. Los tres amigos esta vez no pudieron librarse y tuvieron que soportar por huevos las apreturas. Tampoco les importaba mucho. Al momento, Fred sintió una tremenda erección que le oprimía el cipote contra los pantalones haciéndole daño. La coca estaba provocando efectos poco recomendables en aquellas circunstancias. Pensó instantáneamente en Irene: estaría a punto de llegar si no lo había hecho ya. Mandó a Tomás a por más alcohol y a Toni a que buscara a la chica. Tomás trajo pronto la bebida y antes de que Toni hubiera regresado, él  la vio y fue a abordarla:
-¡Ya era hora! ¡Hace tiempo que te esperaba! -gritó para hacerse oír entre el ruido de la discoteca.
-¡Es que hemos tenido que hacer caja, y barrer!... -chilló también Irene.
-Vamos fuera, aquí no se puede hablar.
-Si, voy a pedir algo y salimos.
-No, espera.
Fred fue hasta Tomás y le quitó el cubata al que estaba pegado. Éste puso cara de mosqueo, pero se le quitó cuando Fred le soltó un billete.
-Pídete otros dos, para ti y para Toni.
-Vale.
Fred le dio su copa a Irene mientras que la de Tomás se la reservó para sí.
-Pero esto es muy fuerte, ¿no? -dijo Irene.
-No tanto, hace frío -contestó Fred como si eso lo justificara todo-. Venga, salgamos.
Salieron por el pasillo abarrotado. Fred abría el paso e Irene le seguía con la mano cogida a la de él. Por fin llegaron a la puerta. Se situaron uno enfrente del otro:
-Bueno, ¿Y de qué querías hablar? -dijo ella tomando la iniciativa.
-Y yo que sé… De ti, de mí, de nosotros -dijo Fred poniendo una de sus mejores caras-. No sé nada de ti, ni qué estudias, ni la edad que tienes.
- Pues te diré: he dejado de estudiar, tengo 17 años, me llamo Irene... Bueno, eso ya lo sabes…  ¿Y por qué quieres saber todo eso? -dijo sonriendo.
-Nada, porque si vamos a empezar algo es bueno que nos conozcamos un poco, ¿no?
-¡Ah! ¿Es que vamos a empezar algo? -dijo ella con reticencia aunque sin perder la sonrisa.
-¿Es que no quieres? -preguntó de inmediato Fred con cierto aire ofendido-.
-Bueno..., sí..., no sé -Irene estaba desconcertada-. Tú me gustas, pero me han hablado de ti, me han dicho que me utilizarás esta noche y mañana, si te he visto no me acuerdo…
-¿Quién te ha dicho eso? -dijo Fred con gesto de enfado.
-Pachi -contestó ella un poco sobresaltada-, la otra camarera del pub.
-¡Pachi!... ¿Qué coño de nombre es Pachi para una tía? Eso te lo habrá dicho porque a ella no le hago ni puto caso -la miraba a los ojos-. Tú sólo tienes que hacerte caso a ti misma, a lo que ahora estás sintiendo…
Irene se abalanzó sobre él y le besó con todas sus fuerzas.
-¡Para, para!... Voy a empezar a creer que quieres aprovecharte de mí.
Irene rió con los labios cerrados y bebió un trago.
-¿Nos vamos a la puerta de emergencia y nos sentamos? -preguntó Fred.
-Bueno.
-Ve tú delante, que voy a decirle a mis colegas donde estoy.
-Vale.
La vio alejarse bamboleando el magnifico culo ajustado por unos vaqueros azules que le quedaban como un guante. La forma de andar… Eso lo ponía cachondo y ésta andaba como una modelo. Entró a la discoteca, le dijo a Toni en dónde iba a estar y volvió a salir.
La puerta de emergencia se encontraba situada en la parte trasera de la discoteca dando a una calle paralela muy poco transitada; constaba de la puerta propiamente dicha al final de unos once o doce escalones. Irene estaba esperando en el primer escalón, apoyada contra la pared. Cuando llegó Fred, lo cogió de la nuca y le apretó otro morreo, grande, restregando su cuerpo contra el de él. Se estremeció al sentir la dureza que emergía de la entrepierna de Fred y empezó a frotarse más enérgicamente.
Acabaron el muerdo y Fred le cogió la cara entre las manos. Ahora y con esa luz era cuando se daba cuenta de lo verdaderamente guapa que era Irene. El pelo corto, lo justo para tapar el perfecto cráneo; los ojos, entrecerrados a causa de la excitación. Labios gordos, golosos. Boca chupadora. Con el labio de arriba un poco levantado dejando ver la puntita de los blancos dientes.
La volvió a besar y en el fragor de la batalla, Irene le pasó una mano por el bulto que sobresalía del pantalón.
-¿Y esto? ¿Ya estás así? -dijo Irene sonriendo.
-Ya te he dicho que me gustas mucho.
Se volvieron a meter la lengua, y en un respiro le susurró al oído:
-¿Te la saco?
-Sí -susurró también Fred.
Irene actuó calmadamente. Mientras Fred le trabajaba el cuello, ella le desabrochó el cinturón. Mientras Fred buscaba una entrada a través de la camisa para meterle mano a las tetas, Irene le fue desabrochando uno a uno los botones de la bragueta. Mientras Fred encontraba la entrada y conseguía acariciarle un pezón por encima del sujetador, ella deslizaba una mano entre el elástico del calzoncillo y el cuerpo del hombre y hacía que emergiera despuntante y rosada  la verga de Fred, que, como en un gesto de agradecimiento por darle la libertad, parecía como que la mirara directamente a la cara. Mientras Fred conseguía pasar la mano dentro del sujetador y así, por fin, tocar carne, Irene le acariciaba el miembro con la mano abierta; en toda su longitud, desde el vientre hasta la cabeza. Fred se cansó, decidió dejar las tetas y concentró todo su interés en desabrocharle los pantalones a Irene, que le dejaba hacer. Mientras tanto, ella le levantaba la camiseta, le lamía la barriga, el pecho y le mordía los pezones. Fred le empezó a pasar un dedo por la hendidura aún por encima de las braguitas; poco duró este preámbulo, ya que enseguida apartó la prenda y la empezó a masturbar a carne viva. Ella empezó a tener espasmos y le empuñó el mango, apretándole un poco, subiendo y bajando la mano mientras Fred ya tenía introducidos dos de sus dedos en la vagina. Se estaban calentando.
-¿Por que no le das un besito? -preguntó en un susurro Fred.
-No. -contestó ella con los ojos cerrados.
-¿Por qué? -volvió a preguntar Fred sin dejar de comerle la oreja.
-Me… me da asco. -dijo ella con la voz titubeante a causa de la excitación.
-¿Lo has intentado alguna vez?
-Si, pero me dio asco.
En ese momento Fred se apartó de ella con un gesto de enfado.
-¿Qué te pasa? ¿Te has enfadado? -preguntó algo compungida-. Compréndelo Fred, no puedo evitarlo, es superior a mí, compréndelo...
-¿Cómo coño voy a comprenderlo? Eso significa que no sientes nada por mí, significa que “yo” te doy asco.
-No, de verdad que no... Fred... -lo decía casi llorando.
-¡¿Pues entonces qué coño te pasa?! Seguro que se la chupaste a un guarro y te dio asco, pero yo no soy así. Mira -volvió a hablarle suavemente-, en realidad me importa tres huevos que me la chupes o que no me la chupes, era sólo un acto de confianza, un acto que lleva al conocimiento pleno en una pareja.
-Déjame que me lo piense un poco, ¿vale?
-Vale. -Fred pensó que lo había conseguido- Yo sólo quería que lo pasáramos bien, que disfrutáramos, nada más...
Fred cogió a Irene la cabeza con ambas manos entrelazando los dedos tras la nuca y la besó de nuevo. Ella también lo cogió de la nuca. En un momento de respiro, Fred la separó y la miró a la cara. También ella estaba mirándolo a él cuándo sintió un violento tirón que le obligó a bajar la cabeza. No le dio tiempo a abrir lo suficiente la boca y con los dientes le raspó la polla a Fred. Éste al sentir el dolor, creyó que le había mordido y le arreó una hostia que la tiró contra las escaleras.
-¡Si será puta, la muy zorra! ¡Pues no me ha mordido! -Fred se la miró por si tenía alguna herida- ¡Hija de puta! No querías chupar, ¿verdad? Pues ahora te la vas a tragar entera. ¿Te daba asco? Pues me voy a correr en tu boca.
Fred se arrodilló en las escaleras y cogiéndola de los pelos le metió toda la polla en la boca. Ella, entre asustada y herida, no hizo nada para defenderse, estaba como ida; ni los tremendos tirones de pelo que le propinaba Fred parecía que los sintiese.
-Vas a aprender a no poner cachondos a los tíos, si luego no vas a llegar al final. ¡YO TE VOY A ENSEÑAR! -decía Fred mordiéndose el labio inferior-. ¡Te voy a enseñar a que cada vez que le toques la polla a un tío, se la chupes como mínimo!
A Irene le corrían sendas lágrimas por las mejillas.
Fred dio un par de sacudidas más y le empujó la cabeza. No se llegó a correr, era como si se la chupase una muerta.
-Anda, vístete un poco y vámonos de aquí -ordenó.
Irene se incorporó y empezó a abrocharse las prendas, mientras Fred se metía la camiseta por dentro de los pantalones y se los abrochaba. Después hizo que Irene saliera delante de él.
-De esto no quiero que se entere nadie. Como comentes algo te mato.
Irene estalló.
-¡Cómo quieres que comente algo!, ¡¿Qué voy a decir?! ¿Que me has violado? -Irene gritaba, llorando de rabia-. ¡¿Que me has obligado a comerte la polla?! ¿¡Eso quieres que diga? ¡¿Y en qué lugar voy a quedar yo!? Debí hacer caso cuando me advirtieron sobre ti...
-Yo no te he violado. -Fred volvía a hablar tranquilo, despacio, masticando las palabras-. Ha sido un acto de mutuo acuerdo. A los tíos no nos gusta que nos calienten para luego no hacer nada, cogemos dolor de huevos, ¿sabes?... ¿No?... Pues deberías saberlo...
-¿Que no me has violado? ¡Será hijo de puta!... Siempre que le hagas hacer algo a una mujer que ella no quiera es violación, reconócelo niño-mimado-de-los-cojones, reconoce que eres peligroso y vas a acabar mal, pondría la mano en el fuego...
-¡Cállate! -la interrumpió, gritando-. ¡Tú qué sabrás lo peligroso que soy! Tu no sabes nada, eres una cría que cree que con cuatro morreos un hombre como yo se puede conformar. Lo que he hecho es lo normal.
-Estás enfermo, cerdo.
-De algo hay que morir -llegaron a la puerta de la discoteca- ¿Quedamos mañana?
-Vete a la mierda, hijo de puta.
Y levantando el dedo corazón entró a la discoteca.
Fred se rió y la siguió.
En la pista se volvió a encontrar con Toni y con Tomás que le miraron igual que quien mira un oasis en el desierto. Fred supuso, con razón, que se habían quedado sin cubatas y dándole un billete a Tomás, lo mandó a conseguir más. Cuando vino, los tres se fueron para el servicio. Fred sacó la bolsita con la coca y la puso encima de la cisterna.
-Hasta que no acabemos todo, no salimos de aquí. -dijo con decisión.
A Tomás se le encendieron los ojos y pegó un enorme trago del cubalitro, como para celebrar privadamente la decisión de su jefe. Después, cogiendo la bolsita empezó a hacer las rayas.
A las cuatro de la madrugada, tres siluetas tambaleantes caminaban por un sendero en el campo.
La noche no había hecho nada más que empezar.






Sigue en el Capítulo III



Si no quieres esperar, ya puedes conseguir tu ebook completo tan sólo por 4.40 € aquí:


3 comentarios:

  1. De momento y por lo leído en estos dos capítulos, es un relato algo facilón,bravo y soez ; sin consistencia (que no quiere decir que no se vaya formando poco a poco y ya en los dos primeros capítulos tampoco es cosa de impacientarse. De todas las maneras, gracias por tú confianza en dejarnos opinar sobre TU OBRA.

    ResponderEliminar
  2. Pues a mí me tiene enganchadísima. Tan sólo me detengo un minuto en la lectura escribir este comentario. Y en cuanto a la soez, puede ser, pero también lo soez puede ser, pero en la Literatura también debe estar lo soez. Voy a por el tercer capítulo.

    ResponderEliminar
  3. Llevo tres capítulos (ahora mismo iba a por el cuarto) y éste es el que me ha parecido más flojo, no sabría decir por qué... ¿quizá los diálogos no tienen la naturalidad de los otros dos capítulos? O quizá es que se incide demasiado en la sordidez y el morbo del deseo de ambos para romper luego en un anticlímax demasiado brusco y que deja al lector una sensación de ¿y para esto tanta retórica?
    Pero bueno, ya veremos, lo mismo este capítulo encaja en el puzzle más adelante y me tengo que tragar mis palabras.
    Gracias, como siempre, por compartir tu obra con nosotros.

    ResponderEliminar