III
Cuando Fred abrió el enorme portalón que daba paso a la ruinosa casa, éste dejó oír sus bisagras con un chirrido como-de-película-de-terror. Chirrido que retumbó en las gruesas paredes de adobe como si a la puerta la hubieran despertado de un pesado sueño y pretendiera dar su opinión al respecto.
Tomás y Toni entraron los primeros; Fred se quedó atrás para cerrar de nuevo la puerta. Con las chispas que producían las piedras de los mecheros, fueron guiándose a través de un pasillo, peligroso tanto por lo irregular del suelo como por los numerosos hierros y objetos de todo tipo que estaban allí depositados como chatarra. Olía a moho y a humedad pegajosa, de ésa que rápidamente te embota el sentido del olfato. A ambos lados del pasillo, se sucedían unos cuartuchos, sin puertas la mayor parte de ellos, donde se apilaban cacharros, papeles, sacos vacíos, cubos viejos, alambradas de espino oxidadas…; sólo uno de estos cuartos se encontraba relativamente limpio y cerrado; contenía un colchón, que los tres amigos utilizaban para dormir cuando estaban tan pedos que no podían ni andar.
El viento penetraba a través de las grietas de la gastada estructura provocando un silbido ululante y obsesivo, que la costumbre pronto relegó a un simple sonido ambiente. Llegaron ante una puerta cerrada sólo con una antigua aldaba y la abrieron. Conducía a un sucio patio, en el que, frente por frente, se abría otra puerta que daba a un huerto ahora estéril. A la derecha, subía una escalera comida por las malas hierbas y por una parra que extendía fantasmagóricamente sus ramas hasta cubrir por completo la barandilla de la terraza en donde desembocaban los escalones. A la izquierda, se encontraba otra puerta; Fred la abrió y entró en su cubil, su escondite, donde todo estaba habilitado para que un regimiento de alcohólicos pasara allí meses y meses sin echar de menos para nada el mundo exterior.
Fred se adelantó y encendió la lámpara de camping-gas que colgaba del techo. La estancia se iluminó. Cajas enteras de whisky, Coca colas y cerveza se apilaban a un lado de la amplia habitación. En el centro había una mesa camilla flanqueada por tres sillas y por una botella de butano que proporcionaba combustible al brasero oculto bajo las sayas. La repisa de la chimenea estaba repleta de vasos de vidrio, de tubo, y, a un lado de la chimenea, se alzaba un frigorífico de butano como fuera de tiempo, lleno de latas de conserva y bebidas. La habitación daba la curiosa impresión de ser un cruce entre almacén de bebidas y bucólico comedor de vieja.
Fred tomo asiento al igual que Tomás, Toni se quedó de pie para preparar los cubatas.
- ¿Abro algo para comer? –dijo.
- ¿Tienes hambre? -preguntó Fred.
- Bueno, un poco...
- Pues, coño, no preguntes y ábrelo.
Toni bajó la cabeza, avergonzado, y dispuso los vasos con hielo en la mesa. Vertió en ellos primero el whisky y después la Coca cola. Sobre unos platos de plástico vació el contenido de dos latas: almejas y calamares. Fred y Tomás ya trabajaban liándose cada uno sendos porros.
- ¡Huele que te cagas! -dijo Toni acercando la nariz a la mano donde estaba la piedra que acababa de quemar Fred para ablandarla.
Fred lo miró con una sonrisilla
-¿Y has comprado algo más?-preguntó Tomás, que solía gustar de la variedad en la dieta.
- Algo más ha caído... ¡Mirad!
Fred sacó del bolsillo trasero del pantalón una bolsita, y dejó caer su contenido. Cinco papelitos cortados en pequeños cuadrados cayeron sobre el tapete de la mesa, cada uno con dibujos distintos.
-Tripis -dijo Fred sosteniendo uno entre los dedos -. Hacía años que no veía uno de estos. Después del porro nos lo comemos.
- ¡De puta madre! -dijo Tomás que ya tenía encendido el suyo.
Pero aun antes de haber acabado con los porros, Fred cogió dos de los tripis y los cortó en seis partes. Cada uno se puso dos en la lengua y tragaron para pasarlo. Al poco tiempo, una risa nerviosa se empezó a apoderar de ellos. Reían de todo sin poderlo evitar, de todo. Tomás parecía que iba a reventar, con la cara amoratada y cubierta de lágrimas.
-... entonces le dije, ahora vas a chuparla hija de puta -estaba contando Fred-. Cogí y se la metí en la boca. Parecía una muñeca...
Fred no pudo seguir, la carcajada lo contagió y se echó a reír de lo que él mismo había dicho o quién sabe si de rememorar el rato que había pasado con Irene.
*
Poco después ya no reían…
- No hagáis eso, joder -dijo Toni como asustado.
-¿El qué? -preguntó Fred también sobresaltado por la reacción de Toni.
- Que no silbéis así cojones, que me da cague.
- Que no estamos silbando, que es el aire, colgao - dijo Fred-.
- No te cachondees, Fred, y dejadlo, que me estoy acojonando.
- ¡Cállate ya, cojones, que nosotros no somos! -le gritó Fred-. Me estás contagiando la paranoia. Si te da miedo, te jodes, pero no sigas con eso que nos vas a acojonar a todos.
-Yo creo que son los demonios –dijo de pronto Tomás, pensativo y tembloroso-. Los demonios nos siguen, porque quieren convertirnos en demonios a nosotros también. Yo lo sé, porque uno de ellos vive en mi casa.
-¿Pero qué coño estás diciendo? Estáis como putas cabras. ¿Qué coño es eso de los demonios? -gritaba Fred gesticulando, nervioso, y mirando para todos lados.
- Mi hermana es un demonio... La transformó un tío que se la folló. Le metió una semilla que le llegó al cerebro. Lo sé.
- ¡Tu hermana lo que es una puta! Qué más quisiera ella que ser un demonio. -dijo Fred.
- ¡Que sí, coño, Fred! ¡Que está planeando algo, joder! ¡Que cuando llama por teléfono y entramos, siempre cambia de conversación, como si delante de nosotros sólo hablara de cotilleos de unos y de otros!... Pero no, yo sé de qué habla. Y no se lo voy a permitir. Le voy a parar los pies, vaya que sí. Cualquier día cojo un cuchillo y me la cargo. Antes de que nos eche la maldición.
- Tío, estás completamente hecho polvo -le dijo Fred, que parecía que era el único que razonaba-. Tú esta noche te quedas aquí a dormir, tú no te vas a tu casa ni de cachondeo.
- No, tío, no, yo solo no me quedo.
- Pues nos quedamos los tres que no me fío de ti ni un pelo.
- Los tres sí. Pero yo sólo no, ¿eh? - decía Tomás asustado-. Yo solo no, ¿eh, Fred? Yo solo no...
- ¡Que no, cojones, que tú solo no te quedas! ¡PERO CÁLLATE YA! - le gritó Toni levantándose de la silla y encarándose con él.
- ¡Si no hubieras empezado tú! -le gritó Fred a Toni-. Esto es un sitio de locos mecagüendios. ¡Qué mal rollo nos ha dado el puto tripi! Los voy a tirar todos a tomar por culo. Qué mal rollo, qué mal rollo...
¿Había sonado la puerta?
Los tres quedaron en silencio, como descargados por el esfuerzo de la discusión. Un silencio tenso, inquietante. Cada uno de ellos alerta, en guardia. El territorio por donde cada día pisaban y donde se sentían más seguros se había convertido en su imaginación en una trampa mortal, en un territorio lleno de fantasmas. Fred parecía el más tranquilo, pero unas gotas de sudor que le perlaban la frente delataban también su inquietud. Decidió que aquello no podía seguir así. No podían volver a casa, porque Tomás aquella noche era peligroso; pero si se acostaban ahora, se volverían locos.
- Venga Toni, prepara otros cubatas a ver si nos tranquilizamos, que buena falta nos hace.
- Vale, tranquilo..., ahora mismo.
Toni se levantó y con pasos inseguros y tambaleantes se dirigió hacia el frigorífico; una vez allí, comenzó a llenar los vasos con hielo. Fred aprovechó el momento en blanco y decidió ir a mear. Abrió, con precaución, la puerta que daba al patio, y, echando un vistazo, salió, dio dos pasos al frente, se la sacó; un escalofrío de placer le recorrió la espina dorsal cuando soltó el líquido. Una vez liberada la vejiga y mientras se abrochaba los pantalones, por inercia, miró a su derecha.
La puerta de la calle estaba entreabierta, y él estaba seguro de que la había cerrado. Entró corriendo en la estancia y cerró a su paso la puerta con llave, los otros dos sintieron el terror en el rostro de Fred y se asustaron.
- ¿Qué pasa? ¿Qué pasa, Fred? -preguntó Toni casi gritando.
- ¡Joder, que mal rollo!... ¡Joder!... -Fred movía la cabeza de un lado a otro, como no queriendo dar crédito a lo que acababa de ver.
-¡¿QUÉ COÑO PASA?! -gritó otra vez Toni con los ojos saliéndose de las órbitas.
- ¡Que acabo de ver la puerta de fuera abierta, y yo la deje cerrada! -gritó también Fred dando paseos nerviosos por la habitación-. Pero yo ya no sé si lo he visto o no lo he visto, yo ya no sé... a lo mejor el puto tripi, yo que sé... Tenemos que hacer algo, tenemos que pensar en algo...
- Déjate de cachondeo, Fred, esto no es gracioso. Nos estás acojonando, no es el momento para bromas así. -dijo Toni levantándose de la silla y tirando el contenido de su cubata sobre el hule de la mesa.
- ¡QUE NO ES UNA PUTA BROMA, COJONES!
- Lo sabía, están aquí. Ya están aquí... -Tomás hablaba llorando con la cabeza metida entre las manos, y con el líquido que caía de la mesa mojándole los pantalones, sin inmutarse por ello-. Han venido a por nosotros, nos han oído y como saben que les conocemos ha venido a por nosotros. Ya están aquí...
Fred ya no estaba muy seguro de si creer a Tomás o no.
- Pues esto lo tenemos que arreglar ahora mismo. Tenemos que tranquilizarnos y salir a ver qué pasa. Seguramente que tiene una explicación. Quizá me lo he imaginado todo y podamos estar seguros y otra vez tranquilos. Así que respirad, pensad que no son ni demonios ni pollas, sino que ha sido el aire. Vamos a salir a cerrar la puerta… Si es que es verdad que está abierta.
- Estoy de acuerdo, tenemos que enfrentarnos a esto. -dijo Toni que parecía haber recobrado cierta serenidad.
- Yo preferiría que nos fuéramos de aquí, pero estemos donde estemos nos van a encontrar así que vamos a por ellos. -dijo Tomás que ya había dejado de llorar.
- Déjate de gilipolleces, Tomás, que mañana nos vamos a reír de todo esto. -le dijo Fred golpeándole cariñosamente en la espalda.
- Yo no voy a esperar ni a mañana. Yo como ahí fuera no haya nada, me voy a partir el culo esta misma noche - replicó Tomás.
Fred pensó en ese momento que a pesar del miedo, había vuelto cierto buen humor al grupo.
- Pues lo más seguro es que todos nos riamos esta noche, ya lo verás.
- Yo por si acaso, me llevo esto - dijo Toni cogiendo por el cuello una botella de Dyc vacía.
- Buena idea - contestó Fred.
Fred desechó la llave y abrió con cuidado la puerta; los otros dos, expectantes, aguardaban detrás de él. Lo primero que hizo fue mirar a la izquierda.
La puerta seguía abierta.
Ya no había duda. Con un gesto de los dedos hizo adelantarse a los otros como para corroborar aquello de lo que ya estaba seguro. Una oleada de sangre le inundó la cabeza y le obligó a cerrar los ojos, aturdido. Estaba claro lo que tenían que hacer: salir. Pero no tenía ni puta idea de qué será lo que se encontrarían fuera, el ácido no le dejaba razonar con lógica. Cuando los otros dos vieron la puerta abierta, una lividez mortal les acudió al rostro, y Tomás se echó otra vez para atrás instintivamente, arrimándose de nuevo contra la pared. Toni le susurró a Fred:
- Pero, ¿estás seguro de que cerraste la puerta?
- Toni, yo ya no estoy seguro de nada -replicó Fred con aire de abatimiento-. No estoy seguro ni de lo que he hecho hace un rato. Sólo sé que siempre cierro esa puta puerta, pero hoy..., no sé. Pero no nos podemos quedar aquí, así que vamos a echarle huevos -dijo empezando a andar.
Fred iba el primero; los otros dos le seguían de cerca, agarrándose el uno al otro, hablando por lo bajo palabras que Fred no conseguía identificar. Él andaba agazapado y en guardia, como para protegerse de algo que pudiera salir de entre las sombras. Siguieron andando por el largo pasillo que habían recorrido mil veces, con cuidado de no dar ningún paso en falso, atentos a no tropezar y caerse. ¿Con cuidado de que no los cogieran?....
Un vago rumor se oía en uno de los cuartos al final del pasillo, el que estaba junto a la puerta, aquel en el que se quedaban a dormir cuando estaban pedos...
Conforme se iban acercando, los sonidos se iban haciendo más audibles. Sin duda allí había alguien. Fred le quitó la botella vacía de las manos a Toni y les advirtió con un gesto de la cabeza que se prepararan.
Fred se detuvo y asomó la cabeza. La luz de luna que dejaba entrar la puerta entreabierta le permitió ver lo que estaba pasando dentro de la habitación. Le entraron ganas de reír y de llorar. De reír, al ver cuál era el verdadero motivo de la puerta abierta y de los ruidos, que tanto los habían asustado. Y de llorar, al verse liberado de la enorme tensión y del miedo, a los que había estado sometido a causa de su desbocada imaginación. Tenía ganas de reír a carcajadas, de gritar, de saltar...
Pero no lo hizo.
Podía asustarlos.
Una pareja de adolescentes estaban dándose el lote encima de “su” colchón. No lo podía creer, no podía creer todo lo que su mente excitada había llegado a pensar; todo lo absurdo, lo sobrenatural, lo extraño; todas las situaciones irreales que había imaginado en unos pocos momentos. ¡Joder!, si hasta se había creído lo de los putos demonios de Tomás. Y, ahora, allí, con sus dos compañeros agarrados a su camisa sin atreverse a asomarse y la pareja de púberes retozando alegremente, se le antojó aquella una situación tremendamente cómica.
Pero el sentimiento de alegría fue dando paso a uno de enfado, de ira. Después de todo lo que le habían dado que pensar aquellos críos de mierda, no podían dejar que se fueran así como así: tenían que pagar todo el daño, todo el miedo que le habían hecho pasar. Alguien dijo una vez, que en las guerras uno comete todo tipo de barbaridades y crueldades, precisamente por eso, porque no perdona el miedo que se le ha obligado a pasar. Y, a ellos, estos chicos les habían hecho pasar mucho miedo. Y ellos tampoco lo iban a perdonar.
Fred se dirigió hacía la pareja, afianzó la botella en su mano y con un fuerte golpe la rompió en la cabeza del chaval, que estaba encima de la chica. Éste se desplomó. Los trozos de vidrio cayeron sobre la cara de ella, pero sin llegar a cortarle.
A la muchacha no le dio tiempo de reaccionar Antes de que pudiera abrir la boca y gritar, Fred ya se la había tapado con la mano. Ante la impotencia de no poder gritar y al darse cuenta de la situación, empezó a patalear, con el cuerpo inerte de su enamorado aún encima de ella.
- ¡Vosotros, quitadle a este capullo de encima, que lo va a hacer polvo! - dijo Fred sin quitarle la mano de la boca y con una tranquilidad pasmosa-. ¡Y tú DEJA YA DE PATALEAR! -le gritó a la chica, que asustada por la voz se quedó completamente quieta.
Toni y Tomás hicieron caso a Fred y, cogiendo al hombre por las axilas, lo apartaron y lo dejaron sentado contra la pared.
- ¡Toni, cierra, la puerta! ¡Y tú, Tomás, ve a buscar el camping-gas para que nos veamos las caras! -. Fred mandaba enérgicamente aunque sin alzar la voz-. ¡Ah!, también te traes una cuerda o algo para atar a éste por si se despierta.
Los esbirros se pusieron en marcha obedeciendo las indicaciones. Toni que tenía que hacer poco, volvió el primero. Tomás llegó después con el camping-gas cogido del asa, lo que le daba la siniestra apariencia de un tenebroso guardián de cementerio, mientras en la otra mano portaba un cable eléctrico, que con las grotescas sombras que producía la lámpara ayudaba a reforzar aquella fantasmagórica estampa. Toni estaba de pie mirando la escena con atención. Fred, que no le quitaba la mano de encima a la chica, callaba y pensaba. Tomás dejó la lámpara de camping-gas en un rincón y maniató las manos del chico que yacía inconsciente.
Fred cogió a la chica del pelo y, tirando de él, la obligó a incorporarse. Los ojos de ella reflejaban pánico. Era sólo una niña. Se quedó quieta, pegada contra la pared. Fred, tapándole la boca, estaba frente a ella.
- Ahora te voy a quitar la mano de la boca -dijo Fred-. Puedes gritar si quieres, no te va a oír ni Dios. Si gritas, te cae una hostia; en cambio, si te quedas calladita, veremos cómo solucionamos esto.
Fred le quitó despacio la mano de la boca y pudo oír el sollozo de la chica. No gritó.
- Así me gusta. Ahora a ver... ¿Qué hacíais aquí? -preguntó Fred mirándola directamente a los ojos.
- Estábamos... Iván y...yo en la discoteca. Él dijo... que conocía una... una casa abandonada. No sabíamos..., no sabíamos que hubiera aquí nadie. De verdad... -la chica tartamudeaba de llanto-. Si lo hubiésemos sabido..., no hubiésemos venido.
Entonces rompió a llorar a lágrima viva. En verdad que inspiraba ternura: daban ganas de dejarla ir, de decirle que no le iba a ocurrir nada. Cualquier persona se hubiera ablandado con ese llanto.
- Vale, vale... Ahora vas a dejar de llorar, y me vas a decir cómo te llamas - la voz de Fred parecía no representar ninguna amenaza.
- Aída -dijo ella sin levantar la cabeza.
- Muy bien, Aída, tranquilízate.
- No me hagáis nada... -Aída tenía la voz temblorosa -. Por favor..., no me hagáis nada... Nosotros no queríamos molestar...
Era una niña indefensa a merced de aquellos tres hombres que la rodeaban. Por un momento pasó, por su mente la idea de que no iba a ocurrir nada, el hombre que tenía enfrente no parecía que fuese a hacerle daño. Pero a su novio lo había herido. Aunque en la oscuridad no estaba segura de si había sido él. Se quería aferrar a la idea de que no le iba a ocurrir nada.
Fred le sujetó la barbilla y suavemente la obligó a levantar la vista. La luz tenue y anaranjada que producía el camping-gas le iluminaba sólo la parte izquierda de la cara. Los ojos llorosos, rojos de llanto, con las mejillas marcadas por pequeños hilillos de lágrimas que se deslizaban hasta la barbilla y desde ahí caían dándole apariencia de Dolorosa. Ese rictus de indefensión en la cara, de pánico mezclado con resignación. Esa mirada bovina que provoca el miedo.
“Joder, si parece un ángel…” -pensó Fred.
Tomás y Toni no se atrevían a adelantarse más, y se colocaron cercanos a la puerta; tenían tan poca idea de lo que iba a ocurrir como Aída: sabían que Fred era impredecible (al igual que ellos mismos) y también sabían todo lo drogado que iba.
- No, no te vamos a hacer nada. A ver, ¿cuántos años tienes? -preguntó Fred sin otra intención que la de confirmar el hecho de que era una cría.
- Diecisiete -contestó ella.
Fred estalló.
- ¡Y qué coño hace una niña de diecisiete años aquí, en mi casa...! -Fred le gritaba a la cara con ira, disparándole pequeños esputos que aterrizaban en ella-. ¿Qué coño hace una cría en el campo a las cinco de la mañana?
- No..., yo..., no..., nosotros no sabíamos... -Aída había comenzado a llorar otra vez con fuerza.
- ... ¡Cállate! ¿Habéis follado? - preguntó Fred. La luz anaranjada proyectaba sombras en su cara y éstas le conferían un aspecto siniestro.
- ¿Qué?... -preguntó ella desconcertada.
- ¡Que si habéis follado! -gritó-. Follar: meter, sacar, ¿entiendes? No es tan difícil.
- No.
- ¿Y habéis venido aquí, al campo, lejos del pueblo, sólo a pegaros el lote? Dime la verdad, ¿habéis follado o no? ¡No me mientas, niña!
En ese momento Aída se sentía incapaz de mentirle; estaba muerta de miedo y segura de que, si osaba decirle alguna mentira, él lo sabría. Ese hombre tenía algo que daba miedo.
- No. Habíamos venido aquí... para… para hacerlo..., era la primera vez -dijo ella entre avergonzada y apenada -. No sabíamos...
- Pues vas a tener suerte, niña... - a Fred le asomó a la cara una sonrisa picarona-. Así que quieres perder la virginidad… Pues has venido al sitio adecuado. Has venido donde está el experto en desflorar jovencitas. Has venido al templo de los desvirgamientos -Fred se empezaba a mostrar grandilocuente-. Has venido donde se prueba la carne y se da su aprobación.
»¡Pasen, pasen, señoras, y traigan a sus hijas! ¡Se las tratará con amor, sin dolor, no les dolerá nada más que la primera puntadita!”
»¡Pasen, señores, y aprendan cómo, con un pequeño truco, la carne se abre permitiendo y facilitando la entrada del nuevo huésped!”
»¡Pasad, niñas, pasad!... -bajó la cabeza, estaba agotado por la sobreactuación-. ¡Pasad y siempre recordaréis al primer y único hombre que empezó haciéndoos sufrir y acabó haciéndoos ver el cielo!
Aída estaba asustada. Tremendamente asustada. No comprendía nada de lo que aquel hombre decía y gesticulaba. Sólo comprendía que estaba en peligro, que tenía que salir de allí cuanto antes. Toni y Tomás también estaban confundidos, jamás habían visto así a Fred. Estaba extraño. Con un brillo peligroso en la mirada.
- ¿Ves?, ya se nos ha ocurrido algo para que pagues el alquiler -digiriéndose hacia Aída-. Vas a disfrutar como nunca...
Aída captó la intención en las palabras de Fred.
- ¡No..., por favor,... no!...
- Ssiiiiii -dijo siseando Fred.
Aída llena de terror intentó ordenar sus pensamientos. Era una persona equilibrada (o eso creía). No pudo hallar nada en ellos. El pánico la tenía aturdida. Pensó en correr y lo hizo. Quebró a Fred y se dispuso a escapar. Quería salvarse. Comprendió enseguida, pero ya demasiado tarde, que no podría muy lejos, puesto que los otros dos estaban en la puerta y la atraparían. Pero ellos no la tocaron. Fred se volvió deprisa pero suavemente, movimientos de vampiro, y extendiendo un brazo la agarró firmemente del pelo frenándola en seco, y, con él agarrado como una rienda, la obligó a ocupar otra vez la posición que había dejado.
Le pegó dos hostias.
- ¿Así que sabes lo que me gusta? Lo duro, ¿no? -decía Fred ante una Aída aterrorizada-. A ti también te va, ¿eh?. Lo noto. Pues si te gusta, es lo que vas a tener.
Fred le pegó otras dos fuertes hostias.
- Como te muevas te mato.
Aída no se movió. No podía. Estaba absolutamente paralizada y comprendió por aquella mirada que ese hombre sería capaz de cumplir sus amenazas.
Fred la soltó del pelo y se agachó hasta quedar en cuclillas. Ella seguía de pie. Metió las manos entre las moldeadas piernas de la chica y la obligó a abrirlas un poco. Metió la cara en la entrepierna, allí donde se acaba el vientre, y, con un lengüetazo largo, le recorrió toda la hendidura hacia arriba, por encima de los vaqueros; notaba cómo los pliegues de ella se acoplaban a la punta de su lengua. Siguió su recorrido hacia arriba: le pasó la lengua por el ombligo, por el vientre, dejando un rastro de saliva en la camisa; pasó la lengua por el canalillo, por el cuello, por la barbilla, llegando hasta la boca y levantándole el labio superior con la lengua. Ella tenía los ojos cerrados fuertemente. Después de esta exhaustiva exploración, la agarró otra vez del pelo con fuerza, y, dándo una vuelta con él en la mano, la obligó a girar sobre sí misma y a ponerse en pompa. Él, a su espalda, le desabrochó el cinturón y los botones. Le bajó los pantalones descubriendo unas braguitas rosas que arrancó de un tirón. Un culo blanco, prieto y firme se mostró ante él. Tomás que ya se había bajado los pantalones se dirigía hacia la boca de la chica.
-¡No, tú no! -le gritó Fred.
- Pero, ¿por qué? -replicó Tomás cortado.
- Porque esto es mío.
Tomás se apartó y comenzó a masturbarse.
Fred sintió como la carne contraída le dificultaba el paso. No se desanimó. Dio un fuerte empujón y entró hasta la bola, desgarrando la anatomía de la chica. La empezó a montar salvaje, frenéticamente, con exaltación... La chica se mordía el labio inferior con fuerza, se hizo sangre. Le hizo sangre. Los ojos fuertemente cerrados, de lo que dolía. Los empujones de Fred eran de una violencia brutal. Estaba segura de que ese era su fin.
*
La chica estaba sola en una vieja habitación iluminada tan sólo por la luz de la luna. Buscó a tientas y encontró los restos de sus braguitas. Con ellos se limpió la sangre que se deslizaba por entre sus piernas. Notó el bulto inmóvil que estaba apoyado en la pared y fue hacía él. Le desató las manos y comenzó a acunarlo cantándole una cancioncilla sin letra. Su amor se dejaba hacer, inconsciente. Ella seguía meciéndolo, agarrándose a lo único que podía identificar como real en aquella pesadilla.
Lloraba.
Sigue en el Capítulo IV...
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Mr. Williams: MI agradecimiento por su papel en la difusión de literatura hace que me crea en la obligación de opinar SINCERAMENTE de su opera prima y darle las gracias por su "ponerse delante de los leones". Le diré: Leídos estos tres capítulos y con un arranque y base de principio bastante débil, empieza poco a poco a tomar solidez. Quizás abuso de "tacos" y exabruptos (reiteración en el 3º de darle un par de HOSTIAS, etc) . De momento, el arranque se va consolidando y esperemos que con un poco de pulimento en el lenguaje (hay obras bellísimas de violencia y sexo que no necesitan ese lenguaje de novela negra "modelna") esta vaya enganchando con solidez. Gracias por toda su labor y un saludo afectuoso. ¡¡¡SUERTE !!!!
ResponderEliminarBraulio Gómez "Cabana" dijo...
ResponderEliminarComo ya digo en otro post, está bien este sistema ya que se puede defender la obra de uno de cosas concretas.
Y también como digo es ese mismo post, la narración toma partido para involucrar al lector (provocándolo quizás)e intentar conseguir en la persona un cúmulo de sentimiento contra/favor de los personajes. Es como decir, montad aquí que os voy a llevar a un viaje en el que vais a sentir, y después... vais a pensar mucho en lo que habeis sentido.
También es verdad, como dije en el post de presentación que la novela está planeada para volverse más compleja, conforme más complejos van volviéndose los personajes, que es verdad, y es premeditado que empiezan muy planos. Pero seguro que no terminan así...
Te agradezco tu crítica que la encuentro muy constructiva y espero que pueda satisfacerte el resto del libro.
Un saludo
Braulio Gómez Cabana
PD: Me temo que lo del lenguaje es una tónica de todo el libro, aunque en otros contextos se le diluye la carga, ya lo verás...
Por cierto, el capítulo IV, no contiene ni un solo taco
Me parece que se le está dando demasiada importancia a lenguaje y a la técnica. Yo, durante los tres primeros capítulos me he olvidado de todo lo que no fuera la historia. Braulio Gómez / Mr. Williams, me ha hecho vivir intensamente lo que estaba contando. Me ha hecho volver a despertarme con resaca. Creo que se está leyendo con demasiado sentido crítico, fijándonos en aspectos que no lo haríamos con otros autores.
ResponderEliminarGracias, Mr. Williams por su atención a mi humilde crítica. Es verdad que la tendencia a comprometerse e ir formando cuerpo se nota según van emergiendo los capítulos. Esperamos que SU parto siga con ese ritmo prometido. Otrosí: No tome mis palabras sobre los tacos como puritanismo. Es que me choca el lenguaje tan continuado apurando los mismos. Será cosa moderna... De todas las maneras, piense en dedicarme el IV. (Perdone la broma). Reitero las gracias y siga asi.
ResponderEliminarCoño, hasta ahora soy el único (creo) que ha opinado un poco estrictamente tal vez animado por la loable invitación de Mr. Williams . Puedo asegurar que si la cosa va por mi, de "demasiado sentido crítico" nada . Creo que he acertado con lo del ritmo, siendo el mismo autor quien asi lo reconoce, siendo este ritmo progresivo es su futuro y que no dudo lleno de promesas. La técnica, pobre de mi,no tengo la necesaria para juzgar a nadie y referente a lo del lenguaje, creo que libremente le puede "asonar" a uno que le rasque el oído la reiteración de ...dejémoslo asi. Siento que pueda molestar mi opinión, pero por la admiración y gratitud que a Mr. Williams le manifiesto, mientras el citado lo consienta ahi está mi opinión. Saludos.
ResponderEliminarSigo leyendo y, mientras tanto, suspendo mi juicio crítico hasta tener más material para analizar. De momento, sólo puedo decir que la lectura me está interesando mucho y que voy a continuarla hasta el final.
ResponderEliminarSin embargo, sí que puedo adelantar que, en mi opinión, la novela está necesitada de una cuidadosa y profunda correción de estilo, para la que me ofrezco a echar una mano a Mr. Williams, si este lo considera conveniente, en justa correspondencia a su generosa y desinteresadaa labor en pro de la literatura, que aprovecho esta ocasión para agradecerle como merece.
Un cordial saludo y mucha suerte.
Como siempre, se trata de opiniones personales, que no tienen por qué compartir el resto de los lectores ni, por supuesto, el autor, así que... allá va mi comentario:
ResponderEliminarFinalizado el tercer capítulo (mucho mejor que el anterior, o al menos así me lo parece), coincido con los comentarios anteriores en lo que se refiere a la mejoría del ritmo del relato.
El enlace entre la parte más descriptiva (hasta que encuentra a la pareja) y la parte más "dialogada" a partir de ese momento está muy bien articulado.
La descripción del efecto del LSD sobre los protagonistas, su terror, sus reacciones, está también muy bien planteado, así como la escena de la violación, con su correspondiente elipsis al final.
No estoy de acuerdo con lo que critican otros sobre el uso reiterado de tacos. Basta con salir a la calle y toparse con algunos chavales de un perfil social como el que se describe aquí para Fred, Toni y Tomás para encontrar ese tipo de lenguaje abusivo y soez. Es como si alguien se sorprendiera de que un personaje que sea una chiquilla adolescente malcriada estuviera diciendo todo el rato "Jo, tía", "de verdad, tía", "es superfuerte, o sea, tía, jo, tía, de verdad". Lamentablemente ESE lenguaje existe en la calle, no es fruto de la literatura.
En fin, ahora toca pasar al capítulo IV, a ver qué nos encontramos.
Un día más, muchas gracias, Braulio, por estar compartiendo tu "criatura" con nosotros.